jueves, 20 de junio de 2013

Ronda

El maestro don Rafael Pastorino anunció la excursión a Ronda un día cualquiera en una clase de Lengua. Costaba sobre los 15€ y la verdad es que no tenía muchas ganas de ir. Pasaron los días y finalmente llegó el día de la excursión. Recuerdo que yo estaba en el colegio, montado en el autobús, pero yo no había pagado la excursión ni entregado la autorización. ¿Qué hacía yo allí? Curro estaba sentado al lado mía y Rubén y José Gómez estaban detrás. No sabía como había llegado. Lo último que recordaba era haberme ido a la cama. Los maestros que venían con la clase eran don Tomás Gómez y don Rafael Pastorino. 1º de ESO también venían con nosotros.
Paramos en un sitio y yo fui con Curro, Rubén y José a la parte de atrás del bar donde paramos. Allí había una especie de alcantarilla, pero el agujero era mucho mas grande, cabrían hasta tres personas a la vez. Nos miramos entre nosotros, con miradas cómplices. Decidimos bajar.
Yo iba liderando la "expedición". Justo detrás mía venía José Gómez, luego Rubén y Curro cerraba la fila. Cuando llegamos abajo nos encontramos con un sistema de túneles que parecían no tener sentido. Estuvimos recorriendo los túneles durante media hora. Izquierda. Derecha. Todo recto. Derecha...Nos preguntamos si ya se habían ido los maestros.
De repente nos fijamos en las paredes de los túneles. Había pequeñas arañas, y siempre iban en la misma dirección. Parecía como si fueran hormigas obreras que iban a visitar a la reina. Decidimos seguirlas a ver si nos llevaban a algún lugar.
Estuvimos casi diez minutos caminando siguiendo a los pequeños bichitos. De repente nos encontramos un sitio mucho más abierto que los túneles. Un espacio circular donde las arañas se amontonaban en el centro, como si estuvieran formando una figura más grande. Observábamos atónitos ese macabro y repugnante espectáculo, hasta que finalmente todas las pequeñas arañas formaron una mucho más grande. Corrimos hasta los túneles pero la araña nos lo impidió con una de sus ocho enormes patas. Me giré hacia la araña, la cual alzaba otra pata para dirigirla rápidamente hacia nosotros. Me arañó el brazo con la pata y todo se volvió negro.
Desperté en mi cama. Todo era normal. Fui al salón y mi madre estaba viendo la tele.
-¿Qué hora es?-Pregunté.
-Son las doce. Te has levantado muy tarde.
-Voy a lavarme la cara y luego me prepararé el desayuno, ¿vale?
-Vale hijo.
Caminé lentamente hacia el cuarto de baño. Me mojé la  cara varias veces hasta lograr despertarme del todo. Me picaba el brazo. ¡Ay! Dolía mucho. Me remangué la manga y vi un gran surco que cruzaba mi antebrazo. Era el arañazo de aquel monstruo.

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